Un grupo de hinchas del Medellín, más fanáticos que hinchas, pasan delante mis ojos oteando sus ´trapos´. Siento que es demasiado y me voy a las afueras de un gimnasio, a ver la gente que intenta unos forzados pasos de cumbia, y me doy cuenta de que Sandra definitivamente ya no existe, que este es otro mundo. Existió. Fue. Y tal vez es, pero ya no en mi universo. Tal vez Sandra viva en uno de tantos micro universos que conviven en ese solo macro universo que es una ciudad, como colores revueltos en una de esas piscinas de pelotas que ponen en los Mcdonalds o como varios huevos estrellados, cocinándose juntos en la misma cacerola.
En el inframundo es normal que vos terminés manejando una Auteco Plus como la que yo conduzco todas las noches. Bueno, en realidad ni siquiera es tan normal tener una moto en el inframundo, pero a veces pasa. En el inframundo casi todo el mundo se mueve a pie, pero si se va a tener un transporte aquí, hay que tenerlo como lo tengo yo. También no falta quien pueda andar en carro. En el inframundo a veces pasan esas cosas.
Muchos dicen que una moto puede ser claramente el reflejo de tu personalidad, una metáfora de lo que pasa adentro de tu alma, pero yo no le doy mayor importancia a esas voces. A mí lo que me desvela es el tipo de canciones que anda moliendo mi I-pod y un poco las llamadas de mi jefe y otro poco las calles vacías de Medellín también.
A propósito de desvelos, he tenido problemas para hacer las entregas. Con todo y lo que me gusta salir por las noches, yo no es que sea un gran trasnochador. Lo era, pero ya no. No en el sentido noctámbulo que la gente suele practicar, así como de animal nocturno, como de mariposa de bar, como de personaje de Daysleeper, la canción aquella, la de R.E.M. Yo todos los días a las 9 pm ya estoy pegando para la cama. Generalmente vuelvo a casa a eso de las 4, pongo La Luciérnaga de Caracol y me tiendo a escucharla despatarrado, hasta eso de las 5 y 30. A las 5 y 35 salgo a tomar un poco el fresco y luego vuelvo a las 7 y cinco, más o menos, para sintonizar Hora de Negocios y es ahí donde me va entrando el sueñito. Luego voy a la cocina, a tomarme un café y converso un poco con Catalina quien generalmente se encuentra leyendo un libro o mirando la tele u ordenando, o haciendo todas cosas a la vez, pero casi siempre lo primero. Después de nuevo a la habitación y El Alargue empezando, pero es ahí donde suena casi siempre el teléfono. Total, el insomnio no es lo mío como en el caso de Sandra, eso es lo que quería explicar.
Lo mío es otra cosa. Es extraño. Cuando salgo a patrullar, por gusto, por sollarme la ciudad desierta, el café obra perfectamente. Mis sistemas se mantienen alerta y en vigilante y aceitado funcionamiento. Pero, cuando se trata de trabajo, se invierte el efecto de la cafeína y tengo que repetir la dosis, pero añadiéndole un poco de la propia mercancía que le reparto a los clientes y ya, cuando no salgo, es otra cosa. Cuando me quedo en casa me vence el sueño y, antes de que Martín de Francisco despida el programa, yo ya me he quedado profundamente dormido.
Ahora estoy aquí, de nuevo. En una sala de espera del aeropuerto, viendo irse y llegar pasajeros y, abajo, en el parqueadero, he dejado la Plus, la cual tiene las luces traseras un poco sostenidas con cinta autoadhesiva y tal vez así se sienta mi alma esta noche. Tal vez un poco vulnerable a mis espaldas, con las direccionales a medio poner y con el flasher deteriorado, a veces prendiendo y a veces no, sobre todo cuando agarro un hueco en medio de la vía. A veces el flasher apagando.
Saco mi libreta y escribo. Por fin puedo volver a escribir. Desde mi regreso a Medellín me había sido imposible hacerlo. Todo este itinerario de reencuentros y re-acomodaciones, y fiestas de bienvenida, te dejan seco por dentro y eso sin contar los trabajos temporales que tenés que atrapar al vuelo para poder sobrevivir. Tal vez todo ello también tenga algo que ver con mi decisión de entrar a la clínica aquella. Por otro lado está mi nuevo vicio; éste de salir por las noches a quemar gasolina, no importa que se me caigan los párpados del sueño. Claro que a la larga todo podría estar relacionado. Quiero decir, el regreso y la clínica y la fama y las salidas a patrullar de noche, aunque no necesariamente en ese orden. O sí. No estoy muy seguro. Está también lo de buscar un lugar digno donde vivir, y mostrarle tu ciudad natal a tu esposa y los callejones por donde creciste y amaste, y fuiste amado, y dañado, y reparado al mismo tiempo. Esquivar a los zombies que podrían mordernos o las ratas trepadoras del inframundo que podrían subirse pierna arriba por tu espacio personal.
Y es que a veces no estás demasiado seguro con respecto a los cambios de las personas que solías frecuentar. Por eso, en parte, mi decisión de la clínica. La cosa no ha sido fácil desde que he dejado de ser menos popular para convertirme simplemente en famoso y que qué falla que la cosa se halla desbordado tanto. Estamos en un momento histórico en que la gente hace lo que sea por ser un poco más visible. Incluso escupir en la más pavimentada de las amistades. El anonimato se convierte en esa cruz de los tiempos que nadie quiere cargar. Especialmente ahora que todos se dieron cuenta que pueden ser famosos, que la fama no solo está reservada para quienes salimos en televisión. Pero no saben en lo que se están metiendo. Yo no se lo recomendaría a nadie. Desde que empecé a tener un poco de notoriedad, me ha tocado ser asediado, atacado físicamente e insultado en público a través de diferentes medios, pero no podría decir con certeza cuál fue el origen específico de todo esto. El caso es que no es fácil. Vos tenés que pisar blandito en todos los terrenos luego de ciertos asuntos. Hay que tener mucho cuidado, porque esto de la sobre-exposición no es ninguna canción de cuna.
Pudo ser Nueva York. Pero también podría ser el mismo Medellín, no sé. Nadie pide esas cosas. De repente te acostás siendo completamente desconocido y te levantás siendo todo un famoso, durmiendo en las tumbas de la gloria. En la Gran manzana, tratábamos con Catalina de organizar fiestas para paliar la soledad correspondiente a los fríos inviernos del norte. Ya se sabe cómo es esto de las distancias y del trabajo en Nueva York. Sin embargo, los deliciosos bocadillos que mi mujer preparaba se quedaban servidos y teníamos que despacharlos entre los dos, porque nadie acudía a nuestras invitaciones.
De todos modos, sin saber cómo, a qué horas ni por qué, los hechos tomaron otro rumbo. Nuestro apartamento en Astoria, Queens, se empezó a ver frecuentado por faunas artísticas, y no artísticas, de todos los pelambres. La mayoría quería tener contacto con el fenómeno de las letras en Internet. Cuando yo intuía esa actitud, me ponía pesado y los ahuyentaba en un santiamén. Había días que Catalina y yo regresábamos del trabajo y hallábamos pandillas de jóvenes merodeando por la puerta de la casa o haciendo fiesta en las escalas del edificio donde vivíamos, con sus botellas de Colt 45 regadas por la alfombra y sus pantalones caídos a la mitad de la nalga, con las marquillas de compra aún puestas. Cierta tarde paró un BMW frente al edificio, se bajó una rubia y tocó el timbre del apartamento. Asomé la cabeza por la ventana y me preguntó si conocía a William Zapata. Iba a dar una fiesta de su casa de Long Island y quería tener a un auténtico beatnik suramericano entre los invitados. Le dije que no conocía a nadie con ese nombre en el edificio.
Durante las primeras fiestas, muchos se dieron el lujo de robar libros y cidís que yo guardaba celosamente en los lugares más insólitos de la casa. Otros me invitaban a establecimientos públicos de su propiedad para después arrojarme como un perro a la calle. Uno se tiene que cuidar mucho de esas cosas. Si vos sos de esos que está empezando a cruzar la línea invisible entre popularidad y fama, lo mejor es que te busqués un manager. Él, o ella, podría orientarte bien acerca de sobre-en-quién-podrías-confiar y de quién no. Yo no lo hice y por eso estoy pagando el precio. Parece que a mucha gente le da cierto prestigio el llenarse la boca diciendo que se dio el lujo de robarle un libro a cierto escritor en su propia casa de Nueva York o que tuvo el valor de poner la palabra “acomplejado” en su muro de Facebook, cual arbitro que se da el lujo de expulsar a Cristiano Ronaldo de un mundial, para llevarse un buen trofeo histórico a casa. Por eso digo que aquel camino de la fama serpentea por una falla geológica bastante peligrosa.
A mi llegada a Medellín, las cosas no fueron demasiado diferentes. Mucha gente quería tenerme en sus propios proyectos personales, pero yo ya estaba muy prevenido. No todo aquel que se acerca con adulaciones es sincero. Eventualmente, acepté un par de invitaciones para hablar de música y de cine en Cámara FM, la Emisora de la Cámara de Comercio, y en Telemedellín. Pero por pura camaradería, acaso so pretexto de saludar algunos amigos.
Los bares igualmente querían que les hiciera de D.J. o que hiciera un recital de poesía o algo así y uno de ellos me tuvo, pero sólo por una noche. No pasó igual con los periódicos emergentes cuyo histérico afán por figurar me repelió y me hizo rebotar como una mosca contra la ventana del activismo ochentero. Esa cosa de querer manejarlo todo con roscas debe repeler a un verdadero famoso-más-o-menos-popular-en-retirada-proveniente-de-un-lugar-donde-la-fama-no-enriquece-a-nadie y la verdad es que yo nunca he sido muy bueno para sobarle la chaqueta a nadie y mucho menos para que me lagarteen a mí y en Medellín todavía se usa eso, y lo ves sobre todo entre quienes quieren manejar medios y, si no lo haces, por lo menos un poco, te quedas fuera, y aquí le llaman relaciones públicas y yo no le veo más que una nueva cara a una vieja versión de lamer suelas y de pelar el diente, cuando lo último que vos querés es sonreír falsamente.
Los planes no eran precisamente ésos. Sí habíamos tomado la decisión de irnos de Nueva York, fue en efecto por buscar un poco de soledad-artística-a-las-puertas-de-Dios. De alguna manera vos también te podés cansar de tanto espíritu sensible. En New York los artistas te salían hasta en la sopa y mi mujer y yo pensábamos que el tema variaría un poco. No ocurrió para nada de ese modo. En Colombia, los mortales con ínfulas artísticas también nos empezaron a seguir como los damnificados de Haití a las fronteras.
A los pocos meses de llegar, recibí la visita de cuatro agentes literarios y de una docena de editores de revistas de farándula. Uno de ellos, era el hoy famoso Juan Pablo Plata y el otro, era el no menos popular Nicolás Vallejo, quienes en ese tiempo incursionaban tímidamente con publicaciones temblorosas y con potencial. Las negociaciones se limitaron a anécdotas con las drogas y a chismes faranduleros. Por demás, creo que el acento bogotano también influyó a que no se saliera con nada. Nunca he podido con los rolos.
Igual que sucedía en Nueva York, también muchos fans de mis novelas viajaron a través del mundo para conocer el autor de esas letras. Yo, pura amabilidad bonachona, acepté la visita de un par de aspirantes a escritor, futuros premios Pulitzer que ni siquiera sabían hablar inglés. Uno de ellos se ganaba la vida lavando platos en Barcelona, y el otro era un karateca caleño. A todos los decepcioné. El desinfle fue total. Y es que en los blogs deberían imperar las advertencias sobre la distancia que hay, hubo y habrá, siempre, entre un escritor y su personalidad.
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