19.6.10

Capítulo 8.

Un poco como la ciudad, hoy mi motocicleta requiere que se le compre un buen aceite, la descarbure, le llene el tanque, le compre una bujía y la saque de paseo a divertirse por las calles; pero hoy mi motocicleta, como el resto de la ciudad, ha decidido quedarse en casa junto a mi esposa, mientras yo busco un lugar amable donde tomarme un café. He dicho amable: que no sea “Versalles”, por favor.

No sé por qué esto del prestigio y la fama me hacen recordar los días de invierno en que yo trabajaba lavando carros en Nueva York. Esa cosa mecánica de la repetición publicitaria. Grabe, corte, repita. Ensaye, grabe, corte, repita, Corte, repita. Repita. Repita.

Tal vez sea porque hoy me he traído mi I-pod y éste cada vez me activa los implantes de Memoria Selectiva. A veces un I-pod te hace pensar que sólo fuiste a Nueva York a traer música y un puñado de historias, muchas de ellas olvidadas, borradas definitivamente de la papelera de reciclaje. Pero la vida, como las cosas necesarias, siempre encuentran la forma de abrirse paso. Por eso celebro que el potaje parece estar funcionando. Los recuerdos se vienen a mí tan ordenadamente como un desfile militar el 4 de julio.

Diciembre de 2004, el termómetro por los suelos. Ibas en tren hasta la última parada y allí cogías un autobús que te llevara hasta la salida para Long Island. A veces te bajabas en el Queens Center Mall y te quedabas merodeando por las tiendas. Urban Outfitt era tu favorita. La tarde en que te compraste el álbum de Wilco. Recuerdas haber estado paleando nieve todo la mañana, luego a la casa temprano, pues había estado nevando intermitentemente y cuando nevaba no había carros que limpiar. De todos modos, tu jefe, un africano esclavista, a veces dejaba dos o tres empleados de guardia, porque no faltaba el chiflado que le daba por lavar el carro en medio de las tormentas. Si eras de ésos, olvídalo. Los veías salir del lavadero y a las dos cuadras ya tenían el carro sucio. ¿Ganas de gastar los dólares? No lo sabes. El caso es que siempre te llamó la atención ese fenómeno, pero no tanto como el de quienes hacían fila detrás de esos chiflados por el solo hecho de masificarse. O sea, iban por la calle muy tranquilos y de repente veían a otro carro haciendo fila para el lavadero; entonces se antojaban, cual mujer viendo mamás con sus bebés en las calles, y se disponían ellos también a lavar el carro. Considerabas que había un alto componente de rata-trepadora-de-cafetería en esa actitud.

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