El problema de la fama, buena o mala, es que tus conocidos siempre quieren servirse el pedazo más grande del pastel. “¡Ah! ¡Yo conozco a ese tipo! Éramos muy amigos en la universidad, tomábamos cerveza juntos en Carlos E.”. O peor: “Intimamos tanto que terminamos peleados”, ¡aggggh! Así es. A veces, las cosas toman medidas desproporcionadas, pues ese referente es usado por inescrupulosos para lucirse ante uno o varios auditorios. A menudo es suficiente con tomarse la licencia de defenestrar de un famoso, para indicar que alguna vez tuvieron un pasado en común. Los seres humanos somos así cuando no hay ningún vínculo comercial de por medio, cuando estamos simplemente botando corriente en el patio de la casa, mientras nos tomamos unos guaros con alguna visita o cuando estamos en la tienda de la esquina, viendo pasar las horas, mientras se llega la hora del noticiero. Algo así como que siempre es bueno recomendar a los jóvenes de que se vayan con cuidado cuando se vayan a meter una raya en la trastienda de los bares en el inframundo. No vaya a ser que un contertulio ocasional adquiera alguno de aquellos pasaportes sociales de alto estatus, acusándote de adicto en los corrillos de chismes.
Lo otro es que para ser popular no necesitás que una gran masa te conozca y hable de vos. Para ser popular sólo te basta del aprecio de una o dos personas y eso es más que suficiente para blindarte de la bestialidad general del mundo y de las grandes y pequeñas bestiecillas de Internet. Así que no te preocupés por la fama, es menos peligrosa de lo que parece. Preocupate por los locos que se obsesionan con vos, ésos que te escriben e-mails todos los días y te piden que les mandés tus escritos; ésos que tenés que sacar de tu lista de amigos en Facebook, porque tu muro ya no aguanta más con tanta neurosis.
Me pregunto, ¿qué hace que un fan se enamore de vos a la manera como los sicarios de Medellín entienden el término?
ENAMORARSE: “Acto de obsesionarse con una persona hasta el punto de querer hacerle daño”.
Todo esto me hace pensar mucho en eso de la fama. Como aquella vez que había acabado de recitar mis poesías en el bar Antigua de la ciudad de Nueva York, y yo me sentía muy humillado porque me habían acabado de bajar a los empellones del escenario. De alguna manera me sentía como Donnie Darko después de confrontar a Patrick Swayze en los minutos finales de aquel film. No era la primera vez que sucedía. Siempre me sabotearon en aquel bar. Total que me fui a la barra, a tomarme un tequila y me di cuenta de que todos los meseros llevaban la camiseta de cerveza Aguila, aquella que llevaba uno de mis poemas. Luego, el organizador de la noche se subió al escenario para presentar al próximo artista, pero antes dijo: ¡Miren! ¡Ese poeta que acaba de bajar, y que ahora está en la barra disfrutando de nuestro maravilloso tequila, es el mismo poeta que escribió los textos impresos en las camisetas de nuestros empleados! Y entonces, empezó a señalarme a mí y todos los clientes se giraban para mirarme, y entonces lo entendí todo también.
Ahora, cada vez que voy a un bar y el dueño empieza a tratarme mal, y a subirme la voz, entiendo que es para lucirse conmigo y entonces hago caso omiso. Lo mismo pienso cuando alguien famoso me cuenta que le han acabado de rechazar algún libro en una editorial o algún escrito en un periódico. Así entendés que hay una gran diferencia entre obsesionarse con alguien y quererlo.
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