19.6.10

Capítulo 9.

Conozco un montón de ratas-trepadoras-de-cafetería en el inframundo y por eso relaciono ese fenómeno de masificación instantánea. Personajes que se pasan la vida haciéndole la corte a sus amigos de los medios de comunicación, para ganar un poco de visibilidad, después de haberse frustrado durante años en sus respectivas aspiraciones artísticas, y después de haber renegado de esos ex-enemigos que ahora persiguen para que los salven de sus anonimatos.
Moraleja: no laves tu motocicleta si sospechas que más tarde podría llover. Déjala guardada y sácala en días más secos y más soleados.

Hubo un tiempo en que pensaba que lo único que podría necesitar sería una mujer a la que quisiera y que ella me amara a mí. Lo creía así porque de alguna manera lo veía en las películas y lo mejor de todo es que aún lo sigo creyendo. A las películas les sigo creyendo. Quizás sean unas de las pocas cosas a las que les siga creyendo; a esa filosofía de las películas sobre el amor y a la brisa en la cara cuando voy viajando sobre llantas.
Era muy misterioso para mí que las películas siempre se acabaran cuando el muchacho lograba tener el amor de la muchacha. Eso me hacía pensar que el objetivo de la vida era ése, pero que había que sufrir mucho para llegar a ello, porque así te lo mostraban a través de las peripecias del protagonista. Luego la vida se volvió más compleja y entendí que la gente se puede divorciar y que hay mucha gente que cree en otras cosas distintas a las películas, o en otros finales que no sean de amor. Pero ello no me ha impedido que siga siendo un romántico a mi manera, aunque no demasiado; acaso lo suficientemente romántico como para no dignarme a ejercer alguna vez el periodismo, o Comunicación para el desarrollo, o Relaciones Públicas, no sé.
Pero la época de confusión no fue fácil de superar. Luego de saber que la gente se divorciaba, me empecé a creer lo de la fama, la cual yo no había pedido pero que ahí estaba. Hoy en día me alegra haber ido a una de esas clínicas donde te reprograman la identidad y haber pedido que me cambiaran la cara y haber sido arrojado al inframundo y haber visto tantas películas cuando era niño también. No recuerdo haber visto ninguna que se terminara con un final de fama. De hecho el 90 por ciento de las pelis’ de mi infancia terminaban con final de amor y, en general, todas ellas me estructuraron y todo lo que soy se lo debo más a la educación sentimental de las películas que a todo aquello que vino después. A las otras educaciones les debo un montón de ideas falsas. Por eso podría suponer que es hora de poner a rodar los créditos de mi vida, pero todavía me queda una motocicleta en el garaje que necesito reparar.

A propósito. Hoy estuve donde el mecánico y me ha dicho que debo cambiar el cable del clutch y que quizás, también, reemplazar algunas bielas. Habría que dejarle la Plus un par de días para que él la revise bien, pero lo de las entregas ha estado un poco lento por estos días, total, los ingresos pocos y me está haciendo hora de replantearme bien lo de mi trabajo. Por el momento me conformo con pensar que no hay nada mejor que tener tu motocicleta en un estado aceptable, suficiente para hacer un viaje largo con la sensación de que llevas a tu mujer en la silla del pasajero o que simplemente estás recorriendo la ciudad a solas, a altas horas de la noche, si tu nueva predilección por la somnolencia te deja salir, claro está.

A veces me doy a la tarea de examinar la vida de todos esos conocidos cada vez que prendo la radio y me doy cuenta de que, tal vez, ellos nunca puedan poner a rodar los créditos de sus historias y me siento aliviado por estar por fuera de ese mundo que uno termina viéndolo como otra especie de inframundo si se mira al revés. Casi siempre la exposición mediática hace que uno termine tan enamorado de sí mismo que le resulta difícil amar a otra persona. Aunque hay muchísima gente que ni siquiera necesite estar en los medios para que se le dificulte amar a una segunda persona, más allá del espejo. Se entiende.
Pensando en la radio, creo que es preciso agradecer a la época por los juguetes. Cierta vez estaba lavando unos platos y una mujer, que vive con nosotros, entró a la cocina con su menaje de ollas y trastos para fritar su arroz, correspondiente de todas las noches. Sin embargo, esa noche la acompañaba algo especial. Se trataba de uno de esos teléfonos celulares en los que puedes sintonizar los canales nacionales de televisión. Se lo había regalado su novio. Igual, poco se veía en el teléfono, aunque el audio se escuchaba muy bien. De todos, modos, allí estaba ese aparato, rompiendo la monotonía mientras ella fritaba su arroz y yo lavaba los platos.

Igual, en otra ocasión me encontraba tomando el aire fresco a las afueras del inframundo y una pareja de gays, muy amigos de mi esposa, salieron a mostrarme su nueva adquisición. Era un MP3 que hacía también las veces de televisor, teléfono y grabadora. Me encantó aquello; sabía que existían, pues la oferta es numerosa en las aceras, puentes, atrios de iglesias y parques, pero nunca había tenido uno en las manos. Me refiero a los MP3 funcionales. Y adoro todo eso de estos tiempos; y agradezco por ello. Al final uno de los amigos de mi esposa puso una canción de Luis Enrique para amenizar la conversación, pero yo pedí excusas y me fui a escuchar “Hora de negocios”.

A veces tengo una fantasía en la que hablo con Sandra. Ella va saliendo de la universidad y yo voy entrando. Entonces entablamos conversación y ella me pide que la acompañe a almorzar a las afueras de la ciudad y yo le digo que no puedo porque me dirijo a clase, pero ella casi me obliga dándome órdenes como si fuera una mascota de su pertenencia o algo así. Al final pasamos todo el día conversando adentro de su Chevrolet, a la vera de una carretera secundaria, frente a un limonero, y escuchando un casette de R.E.M en la radio.

En otra versión de la misma fantasía, ella me obliga a que la vea tener sexo con su novio, pero en una de esas noches en que solía recorrer a solas la ciudad. Suena bizarro, pero es normal tener ese tipo de pensamientos en el inframundo; sobre todo cuando es domingo en la tarde y vos te aburrís de escuchar tu I-pod y de tener que sobrevivir en una ciudad que, más que una ciudad, parece un mundo de pordioseros, digo zombies, imaginados por Danny Boyle para una segunda parte de “28 Days Later” y donde no hay ninguna posibilidad de que encuentres un taller abierto adonde puedas arreglar tu moto.

Lo otro malo del inframundo, es que fácilmente te podés estar encontrando a vos mismo en medio de películas proyectadas en teatros donde la gente no entiende cuándo se debe guardar silencio o cuándo se debe opinar. Teatros donde suenan teléfonos celulares y los cinéfilos contestan en medio de la oscuridad y hablan en voz más alta que la voz de los mismos actores. Teatros gratuitos, donde madres entran con bebés de brazos y los dejan llorar durante toda la proyección y sus llantos suenan como almas desesperadas pidiendo ayuda en medio de una autopista-de-la-información o como perros perdidos bajo llantas, en atascos de la Avenida Oriental, viernes, 3 y 32 de la tarde. Teatros, en todo caso, donde habitantes del inframundo se toman más atributos de los que les corresponden y se dignan a comentar la actuación de los actores cuya altura siempre quedara por fuera del ángulo de visión de sus bajezas.

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