19.6.10

Capítulo 3.

Ahora estoy sentado en un Juan Valdéz de una avenida principal y si hay algo que extrañe de Nueva York son los transeúntes, aquella forma de combinar estilo y capacidad de adquisición. Porque una cosa es habitar el centro de una ciudad entre gente bonita y rica y otra cosa es andar a pie entre zombies y ratas trepadoras. Son dos cosas abismalmente distintas, otra cosa. Vos hasta podrías sobrevivir anímicamente con los bolsillos vacíos en un horrible lugar, pero rodeado de millonarios. Siempre es bueno que la clase baja se pueda mezclar con las otras capas de la sociedad para que éstas sepan que de alguna manera queda una esperanza. En cambio, nada te puede salvar si salís a la calle y ves que nadie te inspira y que por el contrario todos te deprimen. Eso siempre termina por hundirte irremediablemente, porque en la mayoría de los casos la televisión es insuficiente para venderte modelos de vida. Lo único palpable en el siglo 21 es la calle. Hoy en día hasta las masas más estúpidas saben que todo lo que sale en las pantallas es un juego y como todo juego, al fin y al cabo, irreal.

Veo pasar un par de autobuses repletos de pasajeros, como en las tiras cómicas de Condorito. Sus avisos no anuncian pueblos con nombre raro, como el de Pelotillehue, pero sí compiten entre ellos dejando una larga estela de contaminación a su paso. La contaminación de Medellín es una contaminación no invisible, una contaminación que se puede tocar y ver. Además de oler; como el humo de los grandes incendios. Pareciera que el aire de Medellín estuviera conformado químicamente por gas carbónico y mala publicidad. Al oxígeno saquémoslo de ese paquete. Y así nos va.

Me tomo el tercer tinto del día. Creo que ya me he conformado con tomar excelente café, pesimamente mal servido. ¡Estos vasitos de Juan Valdez! Dios, qué haría yo sin el café que prepara Catalina. Me siento en una silla de metal, mientras leo un ejemplar de ADN, recogido en la puerta de un centro comercial. Con mi mujer vamos a ir de compras más tarde, pero mientras tanto he andado con este periódico durante dos horas, porque sabía que eventualmente lo iba a necesitar. Qué divertido es volver al pueblo y sentir que conocés a todo el mundo de los medios. Warhol decía que una buena razón para ser famoso es la de que podés abrir las revistas de farándula y conocer personalmente a los que salen allí. Yo no lo creo tan así, pero me pasa todo el tiempo. Pienso en Francisco Santos cuando estuvo secuestrado y se sentaba a ver el noticiero con sus captores. En mi caso no puedo abrir un ejemplar del Tiempo o estar escuchando la W o poner a RCN u hojear el Espectador, sin que tarde o temprano salte un nombre familiarmente conocido. Página tras página, emisión tras emisión, te encontrás con alguien que estimás y otros que no tanto o más bien poco. Yo diría que es la peor razón para descollar en el ámbito circundante. No siempre querés ir encontrándote con tu pasado cada vez que prendás la radio o cada vez que comprés El Colombiano o cada vez que te embuten por las narices un ejemplar gratuito de ADN, cuando en realidad lo que te importa es el presente.


Tengo infinidad de amigos populares y otros famosos. También tengo un montón de conocidos cercanos que salen en los créditos de las revistas y de las películas. Pero, en serio. Siento que eso ya no tiene nada que ver conmigo. Para mí eso es pasado ordinario, mal pasado, que se descompuso; aunque éste a veces te ataque desde los medios de comunicación. Para mí, todo lo que tenés en esta vida es el presente y punto. Y el presente para mí es una Plus azul petróleo y una mujer durmiendo a tu lado, que te ama y te abraza a media noche y te da un beso de los buenos días cada mañana. Apaga y vámonos. Tal vez mi presente lo conforme un ruido en el motor o las llamadas del jefe que me llama a horas inusitadas para una entrega. También mi presente pueden ser las nubes de contaminación y/o las permanentes invitaciones a que escriba en X o Y diario. Todo eso puede ser mi presente. Acaso Sandra. No lo sé. Aunque sólo exista en mi cabeza, ella siempre está. Como Dios: no existe, pero es.

Voy a describir cómo es mi Plus. Tal vez ello pueda ayudar a dar una idea de cómo está mi vida en estos momentos: cilindraje 150. Modelo 97. De fabricación hindú. Motor rectificado. Freno delantero gastado. Espejo retrovisor derecho caído. Y yo que me tengo que valer del izquierdo. Entiéndase la metáfora: izquierdo vs derecho. O sea; el derecho se ha caído y ahora me tengo que valer del izquierdo, pero sólo de día y a medias, porque, en la noche las luces de los carros brillan tanto que, si vos las mirás reflejadas en el espejo, te encandilan. Así que, cuando voy a girar a la izquierda, tengo que voltear el cuello y descuidar la vanguardia y echarle un vistazo a la retaguardia: no vaya a ser que un borrador bien acelerado te pegue por detrás. Así más o menos está mi vida, se entiende, ¿no?

Segundo día en el aeropuerto. Me encanta el olor que se respira aquí. Como a Windex; no sé: como a café de Dunkin Donuts sin preparar. Y la actitud de las gentes. No hay nadie que pise un aeropuerto, se disponga a viajar, y no se sienta importante. Esa cosa de tomar un avión te remite a los días de la infancia en que te resfriabas y todos los cuidados de papi y mami eran para vos.

El mundo 100% te pertenece cuando hacés chequear tus maletas y recibís tu pasabordo. Al final, pienso que todo el mundo quisiera que hubiera una cámara de televisión alrededor cuando se dispone a viajar. Es como si recibieras de un solo golpe toda la atención que te ha sido mal dosificada en los doce asaltos de tu historial. No sé. Hay que pasar todo un día en el aeropuerto, viendo irse y llegar gente, para entender la actitud que trato de explicar; esos rostros de los pasajeros y aquellos aviones en la distancia, despegando silenciosos a través de los cristales, como estáticos en el aire de lo diminutos y lejos que se ven. Y estas canciones melancólicas del I-pod, que hacen que todo se vea tan irreal.

Quién dijo que en este siglo se escribe en computador o no se escribe. Mirarme a mí. Escribiendo a mano, como al principio. Y cuando digo al principio, digo al principio, en el origen de las cosas. Mucho antes del Office y su combo de Word 95 y Excel y Messenger. O sea: estamos hablando del primitivismo puro y duro. Mucho antes de los procesadores de texto manejados con la voz. Mucho, mucho, mucho antes de los manejados con la mente inclusive, y de estos paquetes de Recuerdos Implantados y de estos potajes de Memoria Selectiva.


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